Soy Hide, el creador de MiraiCarvin.
Si has llegado hasta aquí, intuyo que buscas algo más... un nuevo horizonte, una vida que resuene con tu esencia, una existencia donde la libertad y la plenitud sean tus compañeras constantes.
Quiero compartir contigo el camino que me trajo hasta la creación de MiraiCarvin: mis experiencias, mis aprendizajes y mi propia historia de transformación.
Mi mayor anhelo es que MiraiCarvin sea la brújula que te guíe para desatar tu potencial, abrazar la disciplina y conectar con tu propósito vital a travéz de libertad financiera e Ikigai, construyendo así una vida profundamente plena y libre.
Desde que era niño, mi imaginación se encendía con las épicas travesías de Indiana Jones, los viajes en el tiempo de "Volver al Futuro" y las emocionantes búsquedas de las esferas del dragón en "Dragon Ball". Los videojuegos de aventura como "Dragon Quest" solo alimentaban ese fuego interior, impulsándome a vivir mis propias historias, aunque solo fuera en mi mente.
Crecí en una metrópoli vibrante, sí, pero con pocos espacios para que mis sueños de exploración se materializaran. Los confines de la ciudad parecían estrechos para mi espíritu aventurero, y la idea de conocer mundos lejanos era una fantasía costosa. Sin embargo, cada oportunidad de salir de esos límites se convertía en una audaz expedición. Recuerdo con claridad la independencia de mi primer viaje en solitario a visitar a mis abuelos a los diez años (una hora de mi casa), la emocionante visita con un amigo a sitios arqueológicos en otra prefectura de Japón, y la desafiante travesía en bicicleta de 300 kilómetros para encontrarme con mi tío en Hiroshima. Estas experiencias tempranas sembraron en mí una sed insaciable por lo desconocido.
Más tarde, como estudiante universitario, esa sed se transformó en una realidad palpable. Me lancé a la aventura de conocer Latinoamérica, África y Asia, sumergiéndome en la riqueza de sus culturas, aprendiendo retazos de sus idiomas y maravillándome con la diversidad de sus gentes. Presenciar de cerca los distintos estilos de vida me regaló una profunda comprensión del tejido sociocultural global y un aprecio genuino por el valor intrínseco de cada ser humano. Descubrí una verdad fundamental: sin importar el confín del planeta, la conexión humana trasciende las fronteras del origen.
El Clásico Mundial de Béisbol de 2023 fue un evento que electrizó a todo Japón, culminando en una victoria dramática que grabó a fuego la pasión beisbolera en el corazón de la nación. ¡La energía y la emoción de esos últimos partidos fueron contagiosas!
Desde siempre, el béisbol ha sido mucho más que un simple deporte para mí. Disfrutaba cada lanzamiento, cada batazo, cada jugada espectacular, ya fuera viéndolos en la televisión, compartiendo el campo con amigos o incluso virtualmente a través de los videojuegos. Aunque las ligas profesionales quedaron como un sueño de infancia, la ilusión de pararme en el montículo o conectar un jonrón resonaba en mis solitarias prácticas cerca de casa.
Hoy, mi admiración se centra en la figura imponente de Shohei Ohtani, la superestrella de los Los Angeles Dodgers. Considerado por muchos como el mejor jugador en la historia de las Grandes Ligas, él trasciende el deporte con su talento excepcional y, aún más admirable, con su profunda calidad humana, su manera de pensar estratégica y su impecable ética de trabajo. Su ejemplo es una fuente constante de inspiración. Busco emular su disciplina y mentalidad de crecimiento en mi propio camino hacia el éxito, tanto personal como profesional.
Me encanta mucho estudiar y leer los libros desde jóven. Una de las razones es que me ha influenciado positivamente el ejemplo de mi padre, quien tiene mucho conocimiento y sabiduría por medio de los estudios y la lectura de libros de diferentes campos.
Después de muchos años después de graduarme de la universidad, conocí al concepto de FIRE, Ikigai, etc., y he podido identificar la educación continua enriquece nuestra vida y que debe ser la parte del estilo de vida para seguir progresando y actualizando la información, y esa práctica nos conduce a incrementar la capacidad y construir la mentalidad sábia. Así el aprender es un reto importante cotidiano para beneficiar mi vida.
Al culminar la secundaria, me enfrenté a un desafío crucial: el examen de admisión a la preparatoria de mi elección. Con una dedicación implacable, superé las bajas expectativas y logré ingresar a la preparatoria más prestigiosa y demandante académicamente de la región. Sin embargo, la euforia fue efímera. Me encontré inmerso en un ambiente de alta competencia y exigencia académica, con una carga diaria abrumadora que a menudo me llevaba al borde de las lágrimas. En ese entonces, era un joven tímido, con pocos lazos en la escuela. Para aliviar la presión y ganar independencia, comencé a trabajar a tiempo parcial, repartiendo periódicos en bicicleta al salir de clases.
Paralelamente, una fascinación por el inglés crecía en mí, impulsándome a conectar con los extranjeros que asistían a mi iglesia donde se ofrecían clases gratuitas. Mientras la mayoría de los adolescentes japoneses seguían el camino trazado hacia la universidad y el "buen trabajo", esa trayectoria convencional no resonaba con mi espíritu. Anhelaba algo más allá de las fronteras conocidas, una vida con más emoción y significado.
La oportunidad de romper esas fronteras llegó a los 17 años, con una invitación a pasar las vacaciones navideñas con familias americanas. Con el dinero que gané con mi trabajo, cubrí los gastos de pasaporte y billete de avión, embarcándome en mi primera gran aventura. Aunque mi inglés era limitado, la calidez humana que encontré fue un poderoso catalizador. Esa experiencia transformadora sembró en mí la certeza de que quería estudiar en Estados Unidos, impulsado por la conexión que había sentido con las familias americanas.
Tras graduarme de la preparatoria, continué trabajando a tiempo parcial, enfocándome en perfeccionar mi inglés para mi futuro en Estados Unidos. En ese proceso, surgió una nueva oportunidad: viajar a Nueva Zelanda durante un mes y medio. Allí, familias maravillosas me abrieron sus hogares y me permitieron sumergirme en su cultura. Forjé amistades valiosas, creando recuerdos imborrables. Sin embargo, toda despedida conlleva su dosis de melancolía, y al despedirme de esas familias, la emoción me embargó, aunque sabía que debía seguir adelante.
En la sociedad japonesa, desviarse del camino común a menudo genera extrañeza, incluso incomodidad, arraigado en la filosofía de "la estaca que sobresale es martillada", una presión cultural hacia la conformidad y la armonía grupal. Personalmente, esta faceta de la cultura japonesa nunca terminó de convencerme.
Sin embargo, otra sabiduría japonesa me impulsó a buscar mi propio horizonte: "La rana en el pozo no conoce el océano". Sentía esa sed de explorar más allá de mi entorno. Afortunadamente, conté con el apoyo incondicional de mi padre, a pesar del reto familiar que estabamos experimentando. Esa decisión temprana de aventurarme en el mundo ha moldeado cada experiencia que he vivido, y hasta el día de hoy, la considero la mejor y más trascendental iniciativa que he tomado, una elección de la que no me arrepiento en absoluto.
A los 19 años, una oportunidad transformadora se presentó en mi camino: dedicar dos años de mi vida al servicio voluntario en una misión de ayuda humanitaria y crecimiento espiritual para la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en la Columbia Británica, Canadá. Aquel período no fue solo un servicio, sino una inmersión profunda en el valor del trabajo desinteresado, la conexión humana genuina y la fortaleza emocional. Esos dos años esculpieron mi visión sobre lo que verdaderamente importa: vivir con un propósito claro y contribuir al mundo con amor y plena conciencia.
Desde el inicio, Vancouver me impactó como un crisol de culturas vibrante. Caminar por sus avenidas era como recorrer el mundo entero, escuchando una sinfonía de idiomas y observando la rica diversidad de la humanidad. Mi labor me llevó a conocer y visitar los hogares de personas de más de 40 nacionalidades. Más allá de sus orígenes diversos, una verdad fundamental resonó en mí: todos compartimos la misma esencia humana, capaces de experimentar la alegría, la tristeza, el placer, el dolor y la profunda gratitud. Esta revelación cultivó en mí un profundo respeto por el valor intrínseco de cada individuo y la convicción de que todos merecemos bienestar para vivir una vida plena.
En carne propia, aprendí la trascendencia de ayudar a los demás y la satisfacción de trabajar con diligencia para lograr un impacto positivo. A pesar de mis propias limitaciones e imperfecciones, la perseverancia hasta el final se erigió como el valor más preciado que adquirí. La vida puede presentarse compleja y desafiante, pero con la tenacidad como guía, uno puede superar obstáculos y alcanzar logros significativos. Aquellos dos años fueron un capítulo fundamental en mi vida, sembrado de aprendizajes profundos y duraderos.
Tras mi enriquecedora experiencia de voluntariado, retomé mis estudios universitarios en Estados Unidos. Impulsado por la creciente importancia del español en el continente americano, me embarqué en la aventura de aprenderlo desde cero, convirtiéndose en mi tercer idioma. Disfruté enormemente el proceso de inmersión, facilitado por la conexión con amigos de diversos países latinoamericanos.
Una invitación de amigos (un salvadoreño y una guatemalteca) quienes regresaban a sus países tras graduarse, me impulsó a planear mi primer viaje a naciones en vías de desarrollo durante unas vacaciones de verano. Aquellos diez días fueron una revelación impactante. Al aterrizar en San Salvador, mi amigo no apareció en el aeropuerto. Sin número de teléfono ni contacto alternativo, me encontré rodeado de taxistas insistentes mientras la incertidumbre crecía. Finalmente, decidí tomar un taxi hacia un hotel. La atmósfera del "tercer mundo", especialmente poco después del fin de una guerra civil, se percibía insegura. Mi español incipiente se mezclaba con la sensación de vulnerabilidad, la inesperada amabilidad de la gente y la total incertidumbre de mi situación desde el primer instante en tierra desconocida. Para no extenderme, tras dos días de angustiosa espera, ¡mi amigo apareció! Un error de fechas había sido el culpable.
Días después, en mi viaje hacia Guatemala, presencié desde el autobús una escena escalofriante en una avenida de la capital: disparos directos entre personas. Unos metros más adelante, nos hicieron descender a todos los pasajeros en una zona concurrida pero desconocida, marcada por vigilantes armados en cada negocio. En ese momento, la realidad de haber llegado a un lugar verdaderamente peligroso caló hondo en mí. Sin embargo, incluso en medio de la tensión, la calidez y la hospitalidad de la gente me conmovieron profundamente. Ver todo con mis propios ojos fue una lección imborrable.
Este inicio de exploración mundial, marcado por experiencias tan inesperadas, solo fue el preludio de muchas otras aventuras impactantes como mochilero:
Aparte de ese viaje; recorrí la fascinante India, el espiritual Nepal y la exótica Tailandia. Realicé estudios de campo cultural durante cuatro intensos meses a través de diversos países de Latinoamérica, desde México hasta Perú y Bolivia. Participé en un enriquecedor programa internacional de estudios culturales y voluntariado en Mozambique, explorando también los países vecinos. Me sumergí en estudios culturales de corto plazo en la histórica Xi'an, China.
La tentación de compartir cada detalle de estas vivencias es grande, pero deseo mantener el enfoque principal de esta página. Quizás en otra ocasión tendré la oportunidad de narrar esas historias relevantes. Sin embargo, una profunda convicción se grabó en mi corazón a lo largo de estos viajes: la esencia de la vida humana reside en la búsqueda de la felicidad, la fuerza que nos impulsa a vivir plenamente y a cumplir nuestra misión en este mundo.
Escapando del Infierno Industrial: Un Despertar Hacia el Bienestar y la Propiedad de mi Vida Tras graduarme de la universidad, mi primer paso en el mundo laboral me llevó a una fábrica de una empresa japonesa. Sin embargo, pronto descubrí que ese camino no resonaba con mi espíritu ni ofrecía las oportunidades que anhelaba. El ambiente industrial resultó ser un desafío extremo: temperaturas abrasadoras que superaban los 1,000 grados y la constante exposición sofocante donde se manejaba a sustancias tóxicas como el cianuro. Para mí, trabajar en esa penumbra constante fue, literalmente, como vivir en el infierno.
Mis siguientes incursiones en otras dos empresas manufactureras solo reforzaron esa sensación de desmotivación. Si bien cambiaba el lugar, la exigencia laboral se continuaba intensamente, devorando mi tiempo, energía y más que nada la satisfacción de mi propia vida. Llegué a trabajar promedio de más de 100 horas extras al mes, una carga incesante que se extendió por más de un año consecutivo, alcanzando picos de hasta 185 horas en algunos meses. En mi última empresa, viví una situación límite de caos absoluto. La compañía enfrentaba graves problemas, atrayendo a un flujo constante de personal clave, tanto de nuestros clientes en Japón, México y Estados Unidos, como de nuestros equipos de soporte en Tailandia, Japón, China y Estados Unidos. En el epicentro de esa tormenta, mi nivel de estrés sobrepasó mis límites físicos y mentales, hasta el punto de perder la voz debido a un daño en mi sistema nervioso. Me sentía emocionalmente exhausto, un cascarón vacío que necesitó una incapacidad médica. El diagnóstico: disfonía espasmódica.
Esta experiencia, que me arrebató el equilibrio de mi bienestar y me hizo sentir que mi existencia era absurda, sembró en mí preguntas fundamentales: ¿Debía ser así mi vida? ¿Qué sentido tenía todo esto? ¿Había alguna manera de escapar de esta situación? A pesar de un ingreso razonable, la insatisfacción con mi vida era profunda. Sabía que no podía ni debía seguir así. Mi bienestar se convirtió en mi prioridad absoluta, la necesidad imperante de construir una vida que me brindara una satisfacción plena. Comprendí que no era necesario vivir de esa manera. Esta dolorosa experiencia se convirtió en el catalizador de mi siguiente etapa vital, un camino que pronto compartiré y que revelará el destino que finalmente encontré.
A veces, las oportunidades más valiosas se presentan de la manera más inesperada. En 2014 mientras nos íbamos para un viaje familiar de varios días, pregunté a mi esposa, entonces estaba tomando clases preuniversitarias, sobre sus tareas pendientes. Al saber que aún tenía una tarea de lectura inconclusa, mi deseo de apoyarla en su educación me llevó a proponerle un trato inusual: ella conduciría, y yo le leería el libro en voz alta durante todo el trayecto.
Así, en la carretera rumbo a nuestro destino, abrí las páginas de un clásico que no había conocido por completo: "Padre Rico Padre Pobre" de Robert Kiyosaki. Mi intención inicial era simplemente ayudar a mi esposa con su tarea, pero a medida que las palabras fluían, el contenido del libro comenzó a resonar en lo más profundo de mi ser, como si una fuerza invisible me hechizara. Paradójicamente, fui yo quien quedó completamente absorto, leyendo durante cinco horas seguidas con una fascinación creciente. Ese libro desmanteló mis antiguas creencias sobre el dinero y me reveló una nueva perspectiva sobre los principios financieros. Una sed insaciable de conocimiento se apoderó de mí, un anhelo de sabiduría para forjar un futuro más próspero.
Al regresar del viaje, mi inmersión en el mundo de la educación financiera no se detuvo. Devoré el segundo, el tercer, el cuarto libro y muchos más del mismo autor, explorando también las ideas de otros expertos en la materia. Estos estudios autodidactas abrieron mis ojos al poderoso concepto de la libertad financiera, una meta que había sentido la profunda necesidad de alcanzar. Comencé a aplicar los principios aprendidos, lo que me permitió mejorar significativamente mi nivel de libertad financiera, una práctica que mantengo con diligencia hasta el día de hoy.
Como compartí anteriormente, viví un período laboral de caos extremo. En medio de esa vorágine, teníamos planeado un viaje familiar a Japón: ellos partirían primero y yo me uniría después. Sin embargo, la implacable situación en el trabajo me retuvo, obligándome a cancelar mi anhelado encuentro familiar en Japón. Sentí una profunda frustración al permitir que las circunstancias me arrebataran esa oportunidad única de compartir un viaje memorable con mi propia familia en nuestra tierra natal. Se vieron forzados a emprender esa aventura solos, sin mí. Esa experiencia, entre otras, me había llevado a afrontar la vida con una tenacidad inquebrantable, buscando soluciones y aferrándome a mi lema personal: "perseverar hasta el fin". Sin embargo, esa pérdida me reveló una verdad crucial: me faltaba disfrutar el presente. Desde entonces, mi lema evolucionó a: "perseverar hasta el fin y disfrutar mi vida".
Recordar vívidamente mis experiencias juveniles – aquel viaje iniciático, el servicio voluntario transformador – se siente como si hubiera sido ayer, aunque en realidad hayan transcurrido más de dos décadas. ¿Cómo han pasado estos veinte años? A una velocidad vertiginosa, casi sin darme cuenta. He vivido intensamente, aprendiendo de cada desafío personal. Sin embargo, la conciencia de la finitud del tiempo se ha agudizado con el paso de los años. Hay tantas cosas que aún anhelo realizar y lograr, pero la vida de cada persona tiene un límite, y los próximos veinte años seguramente se desvanecerán con la misma rapidez. Al envejecer, el peso de cada segundo se vuelve palpable. Por lo tanto, ya no puedo permitirme desperdiciar mi precioso tiempo en trivialidades, sino vivir plenamente, invirtiéndolo en aquello que realmente tiene un valor significativo.
Al repasar este recorrido vital en forma de biografía, incluso yo me asombro de la diversidad de experiencias que me han moldeado hasta convertirme en quien soy hoy. De hecho, he simplificado muchos detalles para evitar abrumar al lector. Entre todas estas vivencias, reconozco que algunas fueron dolorosas e injustas, pero incluso esas experiencias amargas resultaron ser pilares esenciales para mi crecimiento y progreso. Cada una de ellas me legó lecciones profundas que han cimentado mis creencias y mi visión actual del mundo. En este sentido, siento una profunda gratitud por cada paso del camino, incluso por aquellos momentos difíciles.
Como magistralmente expresó Steve Jobs en su discurso de graduación en la Universidad de Stanford en 2005: "No puedes conectar los puntos mirando hacia adelante; solo puedes conectarlos mirando hacia atrás. Así que tienes que confiar en que los puntos se unirán de algún modo en tu futuro". Esta poderosa reflexión nos invita a confiar en que las experiencias pasadas, aparentemente inconexas, se entrelazarán en el futuro, revelando el sentido profundo de nuestra trayectoria personal.
Hasta ahora, mi vida ha parecido un laberinto de experiencias diversas, algunas incluso contradictorias. Sin embargo, tengo la certeza de que todas esas vivencias están intrínsecamente ligadas y convergerán para impulsar mi propio camino y para ofrecer guía y apoyo a quienes lo necesiten.
Como seres humanos dotados de un potencial ilimitado, al igual que las figuras trascendentales que ha conocido la historia, tú y yo también tenemos la capacidad de esculpir un futuro que nos brinde un profundo sentido de plenitud, siguiendo los principios universales establecidos por nuestro gran creador. Estoy trazando mi propio camino, tanto para mí como para aquellos que resuenen con mi visión. Por eso, te invito a unirte a MiraiCarvin para que juntos creemos tu propio sendero único y significativo, un camino que te permita alcanzar tu Ikigai y construir una vida plena y con propósito.
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